miércoles, 13 de enero de 2016

9-11-02

     Sábado de extenuante agenda y de realidad prensada bajo el síndrome prebélico que tanto le pone a Bush. Incluso Siria ha votado a favor del ultimátum, pues del río revuelto siempre algo sacará que permita la afluencia de inversiones o cualquier otro beneficio no visible.  ¿Nos instalamos por orden en la realidad? Estamos tan acostumbrados a la sucesión temporal y al pensamiento estructurado en discurso que tendemos a aceptar que el orden de la realidad prensada es algo así como el orden propio de lo real, que la jerarquía va de las noticias del corazón del imperio a la información de los programas de televisión y a la anécdota sorprendente. ¿Qué pinta, entonces, la última columna en ese final, a no ser que se trate de un remedo del Apocalipsis –lo que acercaría demasiado, para su más hiriente inri, el diario a la Biblia-, a juzgar por ejemplos como el de hoy, Las cifras, de Verdú? La realidad ha sufrido un ataque de tal dimensión por parte de los organizadores y creadores de la misma, que se nos ha deshecho entre los dedos: “En un mundo recubierto de publicidad y propaganda, lo que cuenta no es la verdad, sino lo que parece verdad.” En la feria de las apariencias, pues, ¿a qué carta quedarse? Teniendo en cuenta el baile de cifras, la contabilidad creativa, extendida a la demagogia política, y las manipulaciones informativas ¿qué realidad le queda al ciudadano interesado en saber qué ocurre en ella? Normalmente hace como Clonista, compra un diario, lo lee y lo comenta, para sí o para otros, convencido de que ese orden de realidades expuestas según criterios validados por la tradición es casi casi un orden natural. ¿Su libertad? Hacer como hoy Clonista: empezar por la despedida de la realidad para saber que la travesía canónica tiene tan poco sentido como la arbitraria, como la caprichosa. La primera reacción de Clonista al leer el titular sobre el rechazo de Giscard a la entrada de Turquía en la UE, expuesta, por cierto, en un tono apocalíptico, ha sido la de hacerlo valedor de la referencia al cristianismo en el proyecto de Constitución que ha de salir de la comisión que él preside. En páginas interiores lee que esa reacción islamófoba se produce una semana después de haber sido recibido por el Papa. Lo que es la intuición, Señor. Los llanitos gibraltareños se pronuncian en referéndum contra la soberanía compartida del Peñón entre España e Inglaterra. Al margen del paraíso fiscal, pronto a ser clausurado, la reticencia numantina a integrarse en la Españavabién del caudillito, donde se atan los perros con longanizas y los precios de los pisos andan por las nubes porque la mayoría tiene avioneta particular, algo querrá decir ¿no? ¿O son ellos los únicos proclives al taifismo, tan arraigado en toda la pell de brau? La mancha electoral se extiende hasta desfigurar por completo la ya de por sí escasa racionalidad de los discursos políticos, la mayoría de ellos ajenos a la realidad. La tan traída y llevada cohesión de España, a la que se le da vueltas y revueltas desde hace más de 500 años, ¿cómo es posible que se les venda a los electores como el asunto fundamental de unas elecciones municipales? Eso sí, si se empeñan en que todo gire alrededor de ese bizantinismo estéril, pues girará, claro, ¡a ver si no! Lo de la España oficial y la España real, y las elevaciones pertinentes, que tanto cultivara Suárez, se ha podrido de raíz. Se ha desandado el camino: la España del caudillito es la del “usted, calladito, y siga su camino sin meterse en política, joven, que, aunque no le guste, mis desvelos y mi valía sin par le garantizan la Españavabién que no tiene parangón en la larga Historia de nuestro país.” En la ciudad de Barcelona, por ejemplo, los vecinos y los ayuntamientos afectados por el también sinpar invento del tranvía andan a la greña del desconcierto. ¿Hay algo que pueda superarlo? Pues sí, el Folclòrum. Dada la animadversión de las asociaciones de vecinos, ¿puede acabar convirtiéndose el descabellado acontecimiento –y descabezado- en el Folclòsrum? ¿Será el magno Palacio de reuniones y congresos, o como se llame, el mausoleo político de Clos?  Tiempo al tiempo. Lula, por el contrario, busca una edición brasileña de los Pactos de la Moncloa, quizás la única realidad política exportable creada en nuestro país después de los pronunciamientos del XIX. Si se ha de sancionar a las eléctricas por pactar precios, es decir, por arrasar el ideal de la libre competencia, ¿en qué ha quedado la obra política y económica del gopierno? ¿De verdad se merece un premio quien acierte la respuesta?

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