9-11-02
Sábado de
extenuante agenda y de realidad prensada bajo el síndrome prebélico que tanto le pone a Bush. Incluso Siria ha votado
a favor del ultimátum, pues del río revuelto siempre algo sacará que permita la
afluencia de inversiones o cualquier otro beneficio no visible. ¿Nos instalamos por orden en la realidad?
Estamos tan acostumbrados a la sucesión temporal y al pensamiento estructurado
en discurso que tendemos a aceptar que el orden de la realidad prensada es algo
así como el orden propio de lo real, que la jerarquía va de las noticias del
corazón del imperio a la información de los programas de televisión y a la
anécdota sorprendente. ¿Qué pinta, entonces, la última columna en ese final, a
no ser que se trate de un remedo del Apocalipsis –lo que acercaría demasiado,
para su más hiriente inri, el diario a la Biblia-, a juzgar por ejemplos como el
de hoy, Las cifras, de Verdú? La
realidad ha sufrido un ataque de tal dimensión por parte de los organizadores y
creadores de la misma, que se nos ha deshecho entre los dedos: “En un mundo
recubierto de publicidad y propaganda, lo que cuenta no es la verdad, sino lo
que parece verdad.” En la feria de las apariencias, pues, ¿a qué carta
quedarse? Teniendo en cuenta el baile de cifras, la contabilidad creativa,
extendida a la demagogia política, y las manipulaciones informativas ¿qué
realidad le queda al ciudadano interesado en saber qué ocurre en ella?
Normalmente hace como Clonista, compra un diario, lo lee y lo comenta, para sí
o para otros, convencido de que ese orden de realidades expuestas según
criterios validados por la tradición es casi casi un orden natural. ¿Su
libertad? Hacer como hoy Clonista: empezar por la despedida de la realidad para
saber que la travesía canónica tiene tan poco sentido como la arbitraria, como
la caprichosa. La primera reacción de Clonista al leer el titular sobre el rechazo
de Giscard a la entrada de Turquía en la UE, expuesta, por cierto, en un tono
apocalíptico, ha sido la de hacerlo valedor de la referencia al cristianismo en
el proyecto de Constitución que ha de salir de la comisión que él preside. En
páginas interiores lee que esa reacción islamófoba se produce una semana
después de haber sido recibido por el Papa. Lo que es la intuición, Señor. Los
llanitos gibraltareños se pronuncian en referéndum contra la soberanía
compartida del Peñón entre España e Inglaterra. Al margen del paraíso fiscal,
pronto a ser clausurado, la reticencia numantina a integrarse en la Españavabién
del caudillito, donde se atan los perros con longanizas y los precios de los
pisos andan por las nubes porque la mayoría tiene avioneta particular, algo querrá
decir ¿no? ¿O son ellos los únicos proclives al taifismo, tan arraigado en toda
la pell de brau? La mancha electoral
se extiende hasta desfigurar por completo la ya de por sí escasa racionalidad
de los discursos políticos, la mayoría de ellos ajenos a la realidad. La tan
traída y llevada cohesión de España, a la que se le da vueltas y revueltas
desde hace más de 500 años, ¿cómo es posible que se les venda a los electores
como el asunto fundamental de unas elecciones municipales? Eso sí, si se
empeñan en que todo gire alrededor de ese bizantinismo estéril, pues girará,
claro, ¡a ver si no! Lo de la España oficial y la España real, y las
elevaciones pertinentes, que tanto cultivara Suárez, se ha podrido de raíz. Se
ha desandado el camino: la España del caudillito es la del “usted, calladito, y
siga su camino sin meterse en política, joven, que, aunque no le guste, mis
desvelos y mi valía sin par le garantizan la Españavabién que no tiene parangón
en la larga Historia de nuestro país.” En la ciudad de Barcelona, por ejemplo,
los vecinos y los ayuntamientos afectados por el también sinpar invento del
tranvía andan a la greña del desconcierto. ¿Hay algo que pueda superarlo? Pues
sí, el Folclòrum. Dada la animadversión de las asociaciones de vecinos, ¿puede
acabar convirtiéndose el descabellado acontecimiento –y descabezado- en el
Folclòsrum? ¿Será el magno Palacio de reuniones y congresos, o como se llame,
el mausoleo político de Clos? Tiempo al
tiempo. Lula, por el contrario, busca una edición brasileña de los Pactos de la
Moncloa, quizás la única realidad política exportable creada en nuestro país
después de los pronunciamientos del XIX. Si se ha de sancionar a las eléctricas
por pactar precios, es decir, por arrasar el ideal de la libre competencia, ¿en
qué ha quedado la obra política y económica del gopierno? ¿De verdad se merece
un premio quien acierte la respuesta?
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